¿Niños difíciles o creativos?
6 minutos de lecturaLa historia a continuación es un cuento, pero en la vida real muchos niños piensan diferente. La creatividad de los niños con altas capacidades rompe reglas y muchas veces no es muy bien visto por los adultos que los educan; terminan frustrados aborreciendo un sistema educativo que no les permite pensar y ser creativos.
La historia de Pablo un niño distinto
Pablo es un niño distinto. Eso es lo que le dicen siempre cuando inventa cosas o tiene ideas de bombero para solucionar aquello que todo el mundo cree que tendría que hacer de otra forma.
¿Qué hace? Muy sencillo. Esta misma mañana, por ejemplo, cuando llegaba tarde a la escuela y no tenía tiempo de atarse los complicados cordones de los zapatos, ha decidido ponerse 6 calcetines en cada pie y ha salido corriendo con su mochila en la espalda. O el otro día, cuando se quedó sin pan para hacerse el desayuno para el recreo, curioseó en el cajón de la despensa, y se hizo unos fantásticos sándwiches de jamón y galleta.
Pablo siempre encuentra una solución para cada problema. Y no le hace falta buscar demasiado lejos, las tiene todas él mismo.
—Es distinto este chico— dice la gente cuando lo ve pasar con alguno de sus extravagantes inventos. Pero lo que Pablo piensa es que son los demás los que son iguales. ¿Qué sentido tiene que todo el mundo lo haga todo de la misma forma?
Pero se ve que es así como deben hacerse las cosas. Y por eso la señorita Mercedes, su profesora, insiste tanto en hacerle repetir los trabajos, porque dice que se equivoca.
—Un árbol no puede ser lila, debe ser verde— Le repite una y otra vez. Pero Pablo cree que un árbol puede ser del color del que uno lo quiera ver, y hasta se ha atrevido a pintar uno con las hojas convertidas en caramelos. —Está mal— le repite Mercedes —Un árbol no puede ser así.
—¿Y por qué no? —Contesta siempre Pablo.
Pero la señorita Mercedes nunca encuentra la respuesta a esta duda.
— No puede ser, y punto.
La verdad es que Pablo no la entiende demasiado a la señorita, pero lo que menos entiende es que no se atreva a decirle a Manuel, el panadero que les lleva el pan, que le gusta. En la escuela todo el mundo sabe que está enamorada de él, pero la señorita Mercedes lo mira una y otra vez, poniendo aquella cara de disgusto sin saber qué hacer para acercársele.
— ¿Por qué no le haces un dibujo? —Le propone un día Pablo, que para todo tiene una idea. Pero Mercedes se escandaliza.
—Qué tontería. Con un dibujo no conseguiré nada — Dice, ofendida.
—¿Y por qué no? — Le vuelve a preguntar Pablo, curioso.
Pero Mercedes continúa sin tener respuesta para los “¿por qué no?” de su alumno. De hecho, a ella tampoco le han explicado nunca los “¿por qué no?” de las cosas. Sencillamente ha aprendido a hacerlas tal y como se las han enseñado, sin ni siquiera preocuparse de aprender a preguntar.
—No puede ser y punto. —Repite de nuevo la señorita Mercedes, un poco avergonzada al constatar que en la escuela todo el mundo está al tanto de sus penurias amorosas. Y Pablo tampoco insiste. Está demasiado acostumbrado a que todos crean que es un chiflado de ideas locas. Pero lo que los demás no saben es que las ideas nunca son locas. Sólo son ideas.
Un día Manuel les trajo algunas pastas de anís para celebrar la festividad de la patrona del pueblo, la señorita Mercedes se quedó mirándolo embobada como hacía siempre.
—Ay —suspiraba—qué fuerte y serio que parece Manuel. Y qué simpático —pensó la señorita Mercedes emborronando en una servilleta un dibujo de los ojos del chico sin ni tan sólo darse cuenta.
Pero aquel día tampoco se atrevió a decirle nada, y la señorita Mercedes volvió a la clase repitiéndose una y otra vez que a la próxima lo intentaría.
Manuel, mientras tanto, siguió trabajando lejos de los pensamientos de su enamorada, y mientras recogía bandejas vacías de magdalenas, de repente vio el trocito de papel arrugado en un rincón.
—¿Qué es esto? —Se preguntó recogiendo la servilleta abandonada. Y una vez la cogió, ya no hizo falta que le explicaran nada más para presentarse en la puerta de la escuela con un ramito de flores.
A la señorita Mercedes se le sonrojaron las mejillas de golpe cuando le vio el dibujo en la mano, y se sonrojó todavía más cuando Pablo le susurró en la espalda.
—¿Lo ves como sí que puede ser?
La verdad es que parecía imposible y aquel día la señorita Mercedes volvió a casa contenta como unas castañuelas, del brazo de su fuerte y simpático Manuel. Pero mientras le miraba a los ojos más cerca de lo que nunca lo había hecho, de repente, se dio cuenta de que Pablo tenía razón. Era cierto que las cosas podían ser de cualquier forma y frecuentemente el problema es que no sabemos inventar una solución. Una que no tiene por qué ser exactamente la que utilizarían los demás.
Por eso al día siguiente, cuando la señorita Mercedes entró en clase, decidió inventar una nueva manera de hacer las cosas en el aula.
—Hoy todo el mundo debe pintar un árbol totalmente distinto al de los demás —Dijo a sus alumnos guiñando el ojo a Pablo.
Los niños se alborotaron mucho. Al principio la cosa parecía complicada. No era fácil pintar un árbol que siempre habían visto verde. Pero, de repente, Pablo dibujó uno con las ramas de fuego y mariposas enganchadas e inmediatamente los niños empezaron a inventar lo que sería un jardín único y precioso.
Había árboles gigantes y otros pequeños como insectos. Había algunos con hojas de agua y con troncos de piedra. Algunos eran azules y otros de color calabaza. Hasta había una niña que lo había hecho de cristal y un niño pequeño insistía en hacerlo de regaliz con una bufanda de algodón. Otro lo hacía vestido y el que estaba a su lado de esmeraldas. Parecía imposible parar aquel bosque maravilloso que se iba extendiendo por todos los rincones de la clase.
Aquel día la señorita Mercedes entendió por qué nunca nadie le había explicado cuál era la respuesta a los “¿por qué no?” de su alumno. Y es que no había ninguno. Pablo siempre había tenido razón y todo era posible. Todas las cosas tenían siempre una solución que con frecuencia se debía inventar a medida. Y para ello sólo necesitaban imaginación. Bien, quizás con la imaginación no era suficiente. También debía estar convencido de que todo era posible y de que cualquiera podía crear e inventar las soluciones a sus problemas. No hacía falta repetir lo mismo que hacían los demás, porque mirando aquel bosque de árboles maravillosos, la señorita Mercedes acababa de entender que cada uno tiene su propia forma de ver el mundo.
Tomado de “Los cuentos de la abuela” (FAROS Sant Joan de Déu ) descargar el cuento pdf original
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